Yo lo veía a mi alrededor.
Parecía tan bonito como un atardecer.
En casa no solía entrar porque yo vivía en un castillo gigante, pero asomaba como el sol por mí ventana.
Cuando salía del castillo sentía su fuerza por las calles.
Manos volando juntas, los abrazos con carrerilla incluida, cuando te limpian el culo de arena, besos en los churretes de mi cara.
Me invadió esa sensación.
La sentía mucho en la época que jugaba en los columpios y hacia castillos de arena.
Me gustaban mucho esos castillos porque los podía destruir, cosa que el mío no.
Y juro por el capitán del barco de mi vida haberlo intentado con mis carrerillas, abrazos y muchos besos en los churretes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario